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Jorge Alberto Gudiño Hernández

07/05/2016 - 12:03 am

Explicar el mundo

Mantener un diálogo constante con un niño de 5 años y otro de casi tres es difícil.

“¿Dónde es más bonito?” Foto: shutterstock
“¿Dónde es más bonito?” Foto: shutterstock

Mantener un diálogo constante con un niño de 5 años y otro de casi tres es difícil. Sus preguntas devienen en cascada. Es la curiosidad propia de quienes buscan entender el mundo. La aplaudo y la agradezco. Mucho mejor tener a dos pequeños que pregunten que a otro par que asuma las cosas como dadas. Ello no significa, sin embargo, que sea sencillo.

Para efectos prácticos, puedo hacer una taxonomía de las preguntas. Las hay de respuesta directa y contundente: “¿qué es más lejos, papá, Japón o Cuernavaca?”. Las hay que exigen un compromiso: “¿podemos ir a esos dos lugares, papá?”. Las que implican cierta subjetividad: “¿dónde es más bonito?”. Las que me van poniendo en aprietos: ante cualquiera de las respuestas anteriores, “¿cómo sabes papá?”. Explicar cómo sabe uno que Japón está más lejos que Cuernavaca a un par de niños que no tienen idea de los sistemas internacionales de medidas es complicado. Sobre todo si uno no quiere optar por las salidas fáciles o tramposas.

Las cosas se ponen más difíciles aún. Hay conceptos que se escapan de su comprensión o de mi capacidad didáctica: la evolución, el gobierno, el principio (sí, así: “papá, ¿qué es el principio?”), la aceleración o si estamos dentro o fuera de la Tierra (al parecer, el heliocentrismo forma parte de cierta idea original).

Yo no tengo problema alguno en confesar que no sé, por supuesto. Mis limitaciones me quedan muy claras y las comparto con mis hijos. Me molesta, en cambio, cuando se cuestiona lo que sí sé porque alguien los engañó para salir del aprieto. Aclaro: cuando me cuestionan porque es parte del proceso de aprendizaje, no tengo ningún problema.

Y las preguntas se complican aún más. Cuando llegan al campo de lo hipotético:

—Papá, si un astronauta le echa agua al sol, ¿puede apagarlo?

—No. Tendría que acercarse mucho y tener más agua de la que hay en la Tierra. Eso no se puede.

—¿Y si son muchos astronautas y también le echan el polvo para apagar el fuego (se refiere a los extintores)?

—Tampoco. No hay tanto polvo.

—¿Y si le echan toda el agua del mundo y todo el polvo?

—No. Aunque le echaran a la Tierra entera —respondo dudando un poco. De pronto me estoy imaginando a un ser gigante lanzando a la Tierra hacia el sol—. Además, no pueden acercarse tanto.

La serie de preguntas continúa. Él insiste en aumentar la dosis. La de astronautas, agua, polvo extintor, arena y cuanta cosa cree que sirve para apagar el fuego. Yo insisto en que es imposible acercarse tanto al sol (no, ni en una nave espacial súperpoderosa), que los recursos del planeta son limitados, que el agua se evaporaría mucho antes de llegar a su destino… que no se puede, pues.

—¿Y si se pudiera? —revira con un destello de malicia en la mirada.

Tardo en responder:

—Si se pudiera… si se pudiera, se podría —concluyo.

Sobra decir que termino exhausto. Exhausto y feliz. Ha encontrado una solución válida a su planteamiento. Da igual si es retórica o no. Da igual si es falsa o ilógica. El asunto es que lo ha resuelto. Así que sonrío. Tomo aire anticipando el descanso. Me equivoco:

—Oye, papá…

Y el mundo vuelve a tener la consistencia de la plastilina: se pone a modo para que podamos modelarlo juntos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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